Benedicto XVI
La dignidad humana es el valor intrínseco de la persona creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo. El conjunto de las condiciones sociales que permiten a las personas realizarse individual y comunitariamente se conoce como bien común. La solidaridad es la virtud que permite a la familia humana compartir plenamente el tesoro de los bienes materiales y espirituales, y la subsidiariedad es la coordinación de las actividades de la sociedad en apoyo de la vida interna de las comunidades. Con todo, estas definiciones son sólo el comienzo, y sólo se comprenden adecuadamente si se las relacionan de modo orgánico entre sí y se las considera apoyadas unas en otras. Al inicio podemos delinear las conexiones entre estos cuatro principios poniendo la dignidad de la persona en el punto de intersección de dos ejes: uno horizontal, que representa la "solidaridad” y la "subsidiariedad", y otro vertical que representa el "bien común". Esto crea un campo en el que podemos trazar los diversos puntos de la doctrina social de la Iglesia católica, que forman el bien común. Aunque esta analogía gráfica nos brinda un cuadro rudimentario de cómo estos principios fundamentales son imprescindibles unos para otros y están necesariamente vinculados, sabemos que la realidad es mucho más compleja. En efecto, las profundidades insondables de la persona humana y la maravillosa capacidad de los hombres para la comunión espiritual -realidades que sólo se han manifestado plenamente a través de la revelación divina- superan con creces la posibilidad de representación esquemática.
La dignidad humana es el valor intrínseco de la persona creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo. El conjunto de las condiciones sociales que permiten a las personas realizarse individual y comunitariamente se conoce como bien común. La solidaridad es la virtud que permite a la familia humana compartir plenamente el tesoro de los bienes materiales y espirituales, y la subsidiariedad es la coordinación de las actividades de la sociedad en apoyo de la vida interna de las comunidades. Con todo, estas definiciones son sólo el comienzo, y sólo se comprenden adecuadamente si se las relacionan de modo orgánico entre sí y se las considera apoyadas unas en otras. Al inicio podemos delinear las conexiones entre estos cuatro principios poniendo la dignidad de la persona en el punto de intersección de dos ejes: uno horizontal, que representa la "solidaridad” y la "subsidiariedad", y otro vertical que representa el "bien común". Esto crea un campo en el que podemos trazar los diversos puntos de la doctrina social de la Iglesia católica, que forman el bien común. Aunque esta analogía gráfica nos brinda un cuadro rudimentario de cómo estos principios fundamentales son imprescindibles unos para otros y están necesariamente vinculados, sabemos que la realidad es mucho más compleja. En efecto, las profundidades insondables de la persona humana y la maravillosa capacidad de los hombres para la comunión espiritual -realidades que sólo se han manifestado plenamente a través de la revelación divina- superan con creces la posibilidad de representación esquemática.
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