Lima, 26-04-2009 / Año 105 - Nº 5454

María en el Magisterio de la Iglesia
MARIA, ESTRELLA DE LA ESPERANZA
Con un himno del siglo VIII / IX, por tanto de hace más de mil años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como «estrella del mar»: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza [...]? Así, pues, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó «el consuelo de Israel» (Lc 2, 25) y esperaron, como Ana, «la redención de Jerusalén » (Lc 2, 38). [...] Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)... Pero junto con la alegría que, en tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo [...] El anciano Simeón te habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2, 35), del signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo [...]. Así has visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la palabra: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1, 30) [...] En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no tendrá fin» (Lc 1, 33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua...
Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe Salvi, sobre la esperanza cristiana, 2007
UN POCO DE HISTORIA
Antes que Don Bosco pensara en el Perú, ya habían personas que conociendo la obra de Don Bosco en otros países, pensaban que la obra del Santo a favor de la juventud necesitada debía venir al Perú. La Historia nos recuerda un hecho curioso.
El Sacerdote Luis Torrá, Misionero, Provincial de los Descalzos, que había leído la Vida de Don Bosco, escrita por D'Espiney, viajando del Callao a Casma, la embarcación estuvo a punto de zozobrar; en ese trance difícil y con más posibilidad de ahogarse que de salvarse, pidió la gracia a María Auxiliadora y al mismo tiempo prometió divulgar la vida de Don Bosco si se salvaban. Llegó a salvo y cumplió efectivamente su promesa.

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