EL RESPETO DEBIDO AL NIÑO
Benedicto XVI
Todo ser humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen de Dios, a cuyos ojos es tanto más valioso cuanto más débil aparece a la mirada del hombre. Por eso, ¡con cuánto amor hay que acoger incluso aun niño aún no nacido y ya afectado por patologías médicas! "Dejen que los niños vengan a mí" (cf. Mc 10,14), mostrándonos cuál debe ser la actitud de respeto y acogida con la que hay que tratar a todo niño, especialmente cuando es débil y tiene dificultades, cuando sufre y está indefenso. Pienso, sobre todo, en los niños huérfanos o abandonados a causa de la miseria y la disgregación familiar; pienso en los niños víctimas inocentes del sida, de la guerra o de los numerosos conflictos armados existentes en diversas partes del mundo; pienso en la infancia que muere a causa de la miseria, de la sequía y del hambre. La Iglesia no olvida a estos hijos suyos más pequeños y si, por una parte, alaba las iniciativas de las naciones más ricas para mejorar las condiciones de su desarrollo, por otras, siente con fuerza el deber de invitar a prestar mayor atención a estos hermanos nuestros, para que gracias a nuestra solidaridad común puedan mirar la vida con confianza y esperanza.
BENDITO SEA EL AMOR
¡Bendito sea el amor que me creó! ¡Bendito sea el amor que me dio a luz! iBendito sea el amor que me amamanto! iBendito sea el amor que me enseñó a balbucear las primeras palabras... a dar los primeros pasos, sin miedo a caer! iBendito sea el amor que me enseñó a conocer y a garabatear las primeras letras! ¡Bendito sea el amor que me favoreció con tesoros bellos y raros: amigos y amigas de verdad! ¡Bendito sea el amor que conquistó mi corazón! iBendito sea el amor, fruto de esa complicidad afectiva! iBendito sea el amor que me concedió el gusto por las cosas de lo alto, indicándome el camino de la fe y de la esperanza! ¡Bendito sea Dios, Dios-Amor, que siempre me provee con toda clase de bendiciones.
LA ALEGRIA ES UN DON DE DIOS
La alegría, como don de Dios al corazón de la persona humana, constituye un tesoro espiritual de imponderable valor; es uno de los más preclaros adornos de la persona humana y de los que más facilitan su sociabilidad; y es una de las cualidades que más la predisponen a ser aceptada y que más favorecen la convivencia y la amistad. La alegría llena los corazones unas veces con la experiencia interior de la felicidad, otras veces con un intenso impulso a salir y extenderse, como la fragancia que se escapa del frasco que la contiene, dejando, al extenderse, todo inundado de su aroma. La alegría resulta del concierto armónico y consciente de la vida: no estremece, sino que calma; no fatiga, sino que sosiega; no encoge, sino que dilata; no brilla como el relámpago, sino que ilumina tranquilamente como una plácida tarde de verano; no sube los nervios, sino que brota paulatinamente del fondo del alma y cual fuente cristalina la llena toda, derramándose después por los sentidos, como agua que rebosa los bordes de un estanque.
Benedicto XVI
Todo ser humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen de Dios, a cuyos ojos es tanto más valioso cuanto más débil aparece a la mirada del hombre. Por eso, ¡con cuánto amor hay que acoger incluso aun niño aún no nacido y ya afectado por patologías médicas! "Dejen que los niños vengan a mí" (cf. Mc 10,14), mostrándonos cuál debe ser la actitud de respeto y acogida con la que hay que tratar a todo niño, especialmente cuando es débil y tiene dificultades, cuando sufre y está indefenso. Pienso, sobre todo, en los niños huérfanos o abandonados a causa de la miseria y la disgregación familiar; pienso en los niños víctimas inocentes del sida, de la guerra o de los numerosos conflictos armados existentes en diversas partes del mundo; pienso en la infancia que muere a causa de la miseria, de la sequía y del hambre. La Iglesia no olvida a estos hijos suyos más pequeños y si, por una parte, alaba las iniciativas de las naciones más ricas para mejorar las condiciones de su desarrollo, por otras, siente con fuerza el deber de invitar a prestar mayor atención a estos hermanos nuestros, para que gracias a nuestra solidaridad común puedan mirar la vida con confianza y esperanza.
BENDITO SEA EL AMOR
¡Bendito sea el amor que me creó! ¡Bendito sea el amor que me dio a luz! iBendito sea el amor que me amamanto! iBendito sea el amor que me enseñó a balbucear las primeras palabras... a dar los primeros pasos, sin miedo a caer! iBendito sea el amor que me enseñó a conocer y a garabatear las primeras letras! ¡Bendito sea el amor que me favoreció con tesoros bellos y raros: amigos y amigas de verdad! ¡Bendito sea el amor que conquistó mi corazón! iBendito sea el amor, fruto de esa complicidad afectiva! iBendito sea el amor que me concedió el gusto por las cosas de lo alto, indicándome el camino de la fe y de la esperanza! ¡Bendito sea Dios, Dios-Amor, que siempre me provee con toda clase de bendiciones.
LA ALEGRIA ES UN DON DE DIOS
La alegría, como don de Dios al corazón de la persona humana, constituye un tesoro espiritual de imponderable valor; es uno de los más preclaros adornos de la persona humana y de los que más facilitan su sociabilidad; y es una de las cualidades que más la predisponen a ser aceptada y que más favorecen la convivencia y la amistad. La alegría llena los corazones unas veces con la experiencia interior de la felicidad, otras veces con un intenso impulso a salir y extenderse, como la fragancia que se escapa del frasco que la contiene, dejando, al extenderse, todo inundado de su aroma. La alegría resulta del concierto armónico y consciente de la vida: no estremece, sino que calma; no fatiga, sino que sosiega; no encoge, sino que dilata; no brilla como el relámpago, sino que ilumina tranquilamente como una plácida tarde de verano; no sube los nervios, sino que brota paulatinamente del fondo del alma y cual fuente cristalina la llena toda, derramándose después por los sentidos, como agua que rebosa los bordes de un estanque.
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