Lima, 23-11-2008 / Año 104 - Nº 5432

EL Rosario es la respuesta a la Palabra
Benedicto XVI
El rosario, es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta. El silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón. Así al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no "cubran" la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como "el susurro de una brisa suave" (1R 19,12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario! Es necesario que se perciba el rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.
¡Puedes limpiarme!
De ti, Jesús, sale una fuerza que cura, y si quieres, ¡puedes limpiarme! Libérame de todos los rencores y amarguras, y haz de mí un propagador de tu ternura. Arranca de mi pecho todo sentimiento de desamor, y concédeme el don de la misericordia y del perdón. Líbrame, Jesús, de todas amarras dejadas por traumas y experiencias dolorosas vividas, cuyas heridas todavía no están bien curadas y provocan en mí fatigas, irritaciones y ansiedades. Llena mis vacíos, Jesús: llénalos con tu paz. Cúrame, Jesús, de todas las enfermedades físicas, espirituales, psicológicas y emocionales. Ten compasión de mí, Jesús. Tómame en cuenta, totalmente. ¡Sin tu amor nada soy y nada puedo!
La AlegrIa cristiana
La alegría está en función de Dios, viene de Él y está en él. Él transforma todo y abre un camino. Podemos ir a la alegría adorando los actos realizados por el Señor para venir a nosotros o bien pensando en nuestro esfuerzo para ir a Él. La alegría es la atmósfera normal del cristiano. La alegría cristiana tiene también la proyección de la convivencia con los demás, de la vida en común, en sociedad, en fraternidad, repartiendo a todos los hombres ese champán de la vida que es la paz y la alegría. El verdadero cristiano, tal como lo comprendemos hoy, no es un evadido: es un caminante que recorre un camino sin detenerse, pero cantando. Para los cristianos, como van de camino, las cosas son entremés y recuerdo, estímulo para ir más adelante, llamadas del Padre que nos aguarda más allá. También, por supuesto, son tentación, voces que piden al peregrino que se detenga a gozar, y olvide la ruta y el esfuerzo. Quien les presta oído, sucumbe a lo que llamamos pecado

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