Lima, 28-12-2008 / Año 104 - Nº 5437

LA IGLESIA, CENTINELA DE LOS DERECHOS DE LOS POBRES
Benedicto XVI
Para las poblaciones agotadas por la miseria y el hambre, para las multitudes de prófugos, para cuantos sufren graves y sistemáticas violaciones de sus derechos, la Iglesia se pone como centinela sobre el monte alto de la fe y anuncia: "Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza". Este anuncio profético se realizó en Jesucristo. Él, con su predicación y después con su muerte y resurrección, cumplió las antiguas promesas, revelando una perspectiva más profunda y universal. Inauguró un éxodo ya no sólo terreno, histórico y como tal provisional, sino radical y definitivo: el paso del reino del mal al reino de Dios, del dominio del pecado y la muerte al del amor y la vida. Por tanto, la esperanza cristiana va más allá de la legítima esperanza de una liberación social y política, porque lo que Jesús inició es una humanidad nueva, que viene "de Dios", pero al mismo tiempo germina en nuestra tierra, en la medida en que se deja fecundar por el Espíritu del Señor. Por tanto, se trata de entrar plenamente en la lógica de la fe: creer en Dios, en su designio de salvación, y al mismo tiempo comprometerse en la construcción de su reino. En efecto, la justicia y la paz son un don de Dios, pero requieren hombres y mujeres que sean "tierra buena", dispuesta a escoger la buena semilla de su Palabra.

AMOR: DULZURA DE LA VIDA
¡Todo es posible! Menos decir soy feliz, sin amar. La felicidad es un árbol inmenso; el amor, su raíz. Sin amor, las hojas se marchitan. Las ramas se secan. El tronco no distribuye la savia... ¡la felicidad se va! El amor, cuyos ojos residen en el corazón, hace que lo feo se vuelva hermoso; transforma garabatos en literatura inmortal; un simple mirar, en preanuncio de bellos relatos, felices y eternos... ¡Sólo el amor! Solamente el amor puede dar vida y color a la existencia humana. Creyendo en la fuerza del amor tú haces posible lo imposible; las espinas no te causan dolor; atraviesas el mar con los pies secos, para brindar sonriente en las tierras firmes de la felicidad. En las flores, las abejas buscan el néctar para la miel. En el amor, la persona que dona su vida para el bien de otros, el hombre y la mujer encuentran siempre la dulzura de la vida.

LA AUTENTICA ALEGRIA SE ENCUENTRA EN EL ALMA, NO EN LAS COSAS
La gran mística Teresa de Lisieux decía: "La alegría no está en las cosas, sino en lo más profundo de nuestra alma" Efectivamente, la verdadera alegría no la encontramos en las cosas materiales. Esta tiene su morada en lo más profundo del alma. Las personas genuinamente espirituales son las más alegres. Por el contrario, las más apegadas a lo material suelen reflejar en sus rostros pena o ansiedad. En la profundidad del alma limpia y generosa late la alegría natural y sincera que suele tener siempre un atractivo especial. La alegría no es el resultado del poseer, sino la manifestación más profunda del interior de la persona libre de apegos materiales. Quien cultiva el alma encuentra en ella una alegría especial, que no se halla en las cosas de este mundo. Las cosas de este mundo son necesarias y satisfacen necesidades, pero no generan de por sí alegría.

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