Lima, 11-01-2009 / Año 105 - Nº 5439

NECESIDAD DE CRISTO Y DE SU MENSAJE DE SALVACION
Benedicto XVI
En el contexto social actual, cierta cultura parece mostrarnos el rostro de una humanidad autosuficiente, deseosa de realizar sus proyectos por sí sola, que elige ser el artífice único de su propio destino y que, en consecuencia, cree que la presencia de Dios es insignificante y por ello, de hecho, la excluye de sus opciones y decisiones. Ciertamente, hoy resulta cada vez más difícil: creer, acoger la Verdad, que es Cristo, consagrar la propia vida a la causa del Evangelio. Sin embargo, el hombre contemporáneo se muestra a menudo desorientado y preocupado por su futuro, en busca de certezas y deseoso de puntos de referencia seguros. El hombre del tercer milenio, como el de todas las épocas, tiene necesidad de Dios y quizás lo busca incluso sin darse cuenta. Los cristianos, y de modo especial los sacerdotes, tienen el deber de recoger esta anhelo profundo del corazón humano y ofrecer a todos, con los medios y los modos que mejor respondan a las exigencias de los tiempos, la inmutable y siempre viva Palabra de vida eterna, que es Cristo. Esperanza del mundo.

UN ESTILO DE VIDA
Cuando un hombre y una mujer pierden la noción de utopía, aun en plena juventud, se vuelven viejos y acabados, porque viven sin sueños y esperanza. Permite al joven que está dentro de ti exteriorizar sus sueños, sus ideales arraigados en el proyecto de una vida intensa, cargada de alegría y, por eso, feliz. ¡Presta mucha atención! Juventud no es la cantidad de primaveras vividas, sino la manera cómo se contempla las flores que de ellas brotan, sintiendo siempre la suavidad de su irresistible perfume. Tratándose de juventud, ¡la edad es lo que menos importa! iLa juventud, es el estilo de vida! Juventud es no permitir que mueran los sueños, los ideales y las esperanzas.

TENEMOS HAMBRE
Tenemos hambre de amistad, de cariño, de amor; un hambre radical, muy difícil de satisfacer por completo, porque apunta a un amor absoluto, que concentra todas las hambres. En definitiva, tenemos hambre de Dios, de su Palabra, de su presencia, de su amor. Quiere decir que nuestra capacidad es tan grande que no puede llenarse con nada sino con Dios: "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto -insatisfecho- hasta que no descanse en ti" San Agustín

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