Con Cristo derribar barreras que impiden llegar a la vida divina
Benedicto XVI
Cada uno de nosotros que pertenece a la Iglesia necesita salir del mundo cerrado de su individualidad y aceptar el "compañerismo" de otros. Ya no debemos pensar más como "yo" sino como "nosotros". Derribar las barreras entre nosotros y nuestro prójimo es una necesidad anterior para entrar en la vida divina a la que somos llamados. Necesitamos ser liberados de todo lo que nos enferma y nos aísla: el miedo y la desconfianza en la relación de tú a tú con otros, la avidez y el egoísmo, la falta de voluntad para correr el riesgo de la vulnerabilidad a la que nos exponemos cuando nos abrimos al amor. Estas palabras nos invitan a responder al llamado a "ser Cristo" para aquellos que nos rodean. Para parafrasear una célebre frase atribuida a Santa Teresa de Ávila, somos los ojos con los que su compasión mira a quienes pasan necesidad, somos las manos que el tiende por bendecir y curar, somos los pies en los que se inserta para ir a hacer el bien, y somos los labios para quienes el Evangelio es proclamado. "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). En la primera comunidad cristiana, nutrida en la Mesa del Señor, vemos los efectos de la acción unificadora del Espíritu Santo. Compartían sus bienes en común, todas las ataduras materiales eran superadas por el amor por los hermanos. Sin embargo su amor no se limitó de ninguna manera a sus hermanos creyentes. Nunca se vieron como exclusivos, privilegiados beneficiarios del favor divino, sino que en vez de eso se vieron como mensajeros, enviados a anunciar la buena nueva de la salvación de Cristo hasta los confines de la tierra.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy estamos llamados, así como lo fueron ellos, a ser un corazón y un alma, para profundizar nuestra comunión con el Señor y con los demás, y dar testimonio de Él ante el mundo. Estamos llamados a superar nuestras diferencias, a traer paz y reconciliación donde hay conflicto, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza.
LAS HORMIGAS
En una bella y radiante mañana de diciembre, paseando por el pórtico de la casa, me incliné para sentarme en una de las piedras del jardín, a la acogedora sombra debajo de un enorme macizo árbol, el que mi hermana sembró antes de morir. En ese cómodo espacio de tiempo y lugar, dirigí una mirada distraída al suelo y advertí con entusiasmo una enorme fila de hormigas que apresuradamente, unas de ida y otras de regreso, formaban una gran franja marrón a la vera del camino. Chocándose entre sí, laboriosas, diligentes, infatigables, siempre en constante y ordenado movimiento. Imaginé ese sinnúmero de hormigas, cantando y dándose la mano solidariamente al toparse y me di cuenta al instante, cómo esos animalitos tan diminutos, casi imperceptibles, indefensos y frágiles, nos dan un enorme y valiosísimo ejemplo, y uno de los secretos más grandes del éxito. Por eso amigo mío, cuando te sientas fracasado, derrotado, cansado de luchar... mira las hormigas.
Benedicto XVI
Cada uno de nosotros que pertenece a la Iglesia necesita salir del mundo cerrado de su individualidad y aceptar el "compañerismo" de otros. Ya no debemos pensar más como "yo" sino como "nosotros". Derribar las barreras entre nosotros y nuestro prójimo es una necesidad anterior para entrar en la vida divina a la que somos llamados. Necesitamos ser liberados de todo lo que nos enferma y nos aísla: el miedo y la desconfianza en la relación de tú a tú con otros, la avidez y el egoísmo, la falta de voluntad para correr el riesgo de la vulnerabilidad a la que nos exponemos cuando nos abrimos al amor. Estas palabras nos invitan a responder al llamado a "ser Cristo" para aquellos que nos rodean. Para parafrasear una célebre frase atribuida a Santa Teresa de Ávila, somos los ojos con los que su compasión mira a quienes pasan necesidad, somos las manos que el tiende por bendecir y curar, somos los pies en los que se inserta para ir a hacer el bien, y somos los labios para quienes el Evangelio es proclamado. "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). En la primera comunidad cristiana, nutrida en la Mesa del Señor, vemos los efectos de la acción unificadora del Espíritu Santo. Compartían sus bienes en común, todas las ataduras materiales eran superadas por el amor por los hermanos. Sin embargo su amor no se limitó de ninguna manera a sus hermanos creyentes. Nunca se vieron como exclusivos, privilegiados beneficiarios del favor divino, sino que en vez de eso se vieron como mensajeros, enviados a anunciar la buena nueva de la salvación de Cristo hasta los confines de la tierra.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy estamos llamados, así como lo fueron ellos, a ser un corazón y un alma, para profundizar nuestra comunión con el Señor y con los demás, y dar testimonio de Él ante el mundo. Estamos llamados a superar nuestras diferencias, a traer paz y reconciliación donde hay conflicto, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza.
LAS HORMIGAS
En una bella y radiante mañana de diciembre, paseando por el pórtico de la casa, me incliné para sentarme en una de las piedras del jardín, a la acogedora sombra debajo de un enorme macizo árbol, el que mi hermana sembró antes de morir. En ese cómodo espacio de tiempo y lugar, dirigí una mirada distraída al suelo y advertí con entusiasmo una enorme fila de hormigas que apresuradamente, unas de ida y otras de regreso, formaban una gran franja marrón a la vera del camino. Chocándose entre sí, laboriosas, diligentes, infatigables, siempre en constante y ordenado movimiento. Imaginé ese sinnúmero de hormigas, cantando y dándose la mano solidariamente al toparse y me di cuenta al instante, cómo esos animalitos tan diminutos, casi imperceptibles, indefensos y frágiles, nos dan un enorme y valiosísimo ejemplo, y uno de los secretos más grandes del éxito. Por eso amigo mío, cuando te sientas fracasado, derrotado, cansado de luchar... mira las hormigas.
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