Lima, 20-06-2010 / Año 106 - Nº 5515

TESTIGOS DE CRISTO EN LA COMUNIDAD POLITICA
Benedicto XVI
Ciertamente no forma parte de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos. De hecho, hay varias instituciones que cumplen esa función. Su misión es, sin embargo, "emitir un juicio moral también sobre las cosas que afectan al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al evangelio y al bien de todos, según la diversidad de tiempos y condiciones" (GS 76). La Iglesia se concentra de modo especial en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su presencia en todas partes. Toca a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la esperanza cristiana ensancha el horizonte limitado del hombre y lo proyecta hacia la verdadera altura de su ser, hacia Dios; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; que los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, como la dignidad de la persona humana, la subsidiaridad y la solidaridad, son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre. Compete también a los fieles laicos participar de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia, compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común. Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino, dondequiera que se comprometen, les mueve la certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana.
LAS PUERTAS DEL CORAZON
Uno de los grandes problemas que tienen oprimido al ser humano no son sus pequeñas o grandes limitaciones, sino su frialdad con las cosas del amor, su indiferencia con el Autor de la vida. En todo momento, Él nos invita, diciendo: He aquí que estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (cfr. Ap. 3, 20). Una sola palabra sintetiza este “cenaré con él, y él conmigo”: familiaridad. Familiaridad con el amor. Familiaridad con Dios. Oír su voz atentamente, y abrir para Él las puertas del corazón. Después, podemos dejar... el resto. ¡Él lo hace! Obra dentro de nosotros y toca nuestras heridas, curándonos de todas las enfermedades que afectan nuestras relaciones familiares y sociales, para que estemos libres y de corazón abierto a sus gracias y favores.

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