Lima, 11-07-2010 / Año 106 - Nº 5518

LA AUTORIDAD PARA NOSOTROS LOS CRISTIANOS
Benedicto XVI
¿Qué es realmente, para nosotros los cristianos, la autoridad?
Las experiencias culturales, políticas e históricas del pasado reciente, sobre todo las dictaduras en Europa del este y del oeste en el siglo XX, han hecho al hombre contemporáneo desconfiado respecto a este concepto. Una desconfianza que, no pocas veces, se manifiesta sosteniendo como necesario el abandono de toda autoridad que no venga exclusivamente de los hombres y esté sometida a ellos, controlada por ellos. Pero precisamente la mirada sobre los regímenes que en el siglo pasado sembraron terror y muerte recuerda con fuerza que la autoridad, en todo ámbito, cuando se ejerce sin una referencia a lo trascendente, si prescinde de la autoridad suprema, que es Dios mismo, acaba inevitablemente por volverse contra el hombre. Es importante, por tanto, reconocer que la autoridad humana nunca es un fin, sino siempre y sólo un medio, que necesariamente, en toda época, el fin siempre es la persona, creada por Dios con su propia intangible dignidad y llamada a relacionarse con su creador, en el camino terreno de la existencia y en la vida eterna; es una autoridad ejercida en la responsabilidad delante de Dios, del Creador. Una autoridad entendida así, que tenga como único objetivo servir al verdadero bien de las personas y ser transparencia del único sumo bien que es Dios, no sólo no es extraña a los hombres, sino, al contrario, es una ayuda preciosa en el camino hacia la plena realización en Cristo, hacia la salvación.
LA LIBERTAD ES UN DON VALIOSO
La libertad es el don más valioso que Dios ha hecho al hombre; y éste, si lo emplea adecuadamente, se autodignifica y glorifica a Dios. Ahora bien, la tarea del aprendizaje de la libertad no es nada fácil. Educar la libertad es una exigencia fundamental en la sociedad actual. La libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, sino en hacer lo que tenemos que hacer porque nos da la gana; nadie es más esclavo que quien hace de la libertad la facultad de elegir la esclavitud. Cada buen hábito adquirido es una libertad conquistada. La libertad no es una máquina de fabricar caprichos. Exige esfuerzo constante. Nuestra actuación no siempre ha sido correcta y a veces nos hemos comportado como explotadores sin escrúpulos. Las personas más libres son las más desprendidas y generosas, y las más desprendidas y generosas son las más libres. La libertad nos engrandece, pero al mismo tiempo nos responsabiliza. Somos libres, pero ante Dios debemos responder y ser gestores fieles y diligentes de la obra de esta libertad. En esta libertad -don supremo de Dios al hombre- radica la dignidad de la persona humana, una dignidad que nada ni nadie puede agredir sin ofender al mismo Creador.
SOLO DEPENDE DE TI
No te enfades con las cruces que tendrás que cargar en este día. Quieras o no, tendrás que cargarlas. Cree en la fuerza que brota de la fe, en la fuerza que brota del amor. ¡Nada ni nadie puede separarnos del amor de Aquel que nos regaló el maravilloso don de vivir! Cada cruz que cargas con optimismo y vibración es una semilla buena y saludable, lanzada al jardín de la experiencia. Esa semilla muere, resucita y florece dentro de ti con estructuras fuertes e inquebrantables de madurez humana y espiritual. Por otro lado, si cargas tus cruces con pesimismo y murmuraciones, en vez de semillas buenas y saludables derramas espinas en tu propio camino. ¡Además de ser más pesadas y dolorosas, esas cruces dificultarán aún más tu vida! ¡Mira!... ¡Todo depende de ti!

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