Lima, 18-07-2010 / Año 106 - Nº 5519

EL HOMBRE NO PUEDE VIVIR SIN AMOR
Benedicto XVI
En efecto, el amor es la experiencia fundamental de todo ser humano, lo que da significado a la vida diaria. También nosotros, alimentados con la Eucaristía, siguiendo el ejemplo de Cristo, vivimos para Él, para ser testigos del amor. Al recibir Sacramento, entramos en comunión de sangre con Jesucristo. En la concepción judía, la sangre indica la vida; así, podemos decir que alimentándonos del Cuerpo de Cristo, acogemos la vida de Dios y aprendemos a mirar la realidad con sus ojos, abandonando la lógica del mundo para seguir la lógica divina del don y de la gratuidad. San Agustín recuerda que durante una visión le pareció oír la voz del Señor que le decía: "Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Más no me transformarás en ti como al manjar de tu carne, sino que tú te transformarás en mí" Cuando recibimos a Cristo, el amor de Dios se expande en lo íntimo de nuestro ser, modifica radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza difusiva del bien, pueden transformar la vida de quienes están a nuestro lado.
LA VIDA HUMANA ES MAS QUE UN VALOR
La vida, indudablemente, se erige como el supremo valor, que tiene su fundamento en el mismo ser de Dios. Dios que vive nos llama a la vida. De un extremo a otro de la Biblia un sentido profundo de la vida en todas sus formas y un sentido muy puro de Dios nos revelan en la vida, que el hombre persigue con una esperanza infatigable, un don sagrado en el que Dios hace brillar su misterio y su generosidad. De hecho de que el hombre se valore como persona, con toda la trascendencia que esto implica, hace que su vida misma se distinga como un valor fundamental. La vida del hombre no tiene valor comercial, su valor es trascendente, el más preciado de los bienes del hombre.
LA PRISA
En los tiempos que corren de este mundo moderno y agitado, lamentablemente es el modo de vida de los que habitamos. Casi la mayor parte de la humanidad anda presa de impaciencia, tomando al vuelo los consejos de serenidad, conduciéndose de prisa y atropelladamente sin reparar en nada de la esencia de la vida. Aunque resulte irónico, la mayor parte de nosotros –con nuestro apresurado y alocado paso- levantamos una polvareda de problemas e incertidumbres que nos impide ver a ciencia cierta adonde en realidad nos dirigimos.

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