El pueblo de Dios siempre se planteó un gran problema: ¿cómo saber quién era el enviado de Dios? Muchos aparecían alardeando de sus habilidades físicas, de su sabiduría, de su religiosidad, pero era muy difícil saber quién fuera el elegido por el Señor y quien quería ser líder únicamente para buscar el poder. Samuel (el último de los Jueces. Inaugura la época de los Reyes) movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron, esperando que el nuevo rey respondiera a las expectativas. No fue así. Se convirtió en un tirano insoportable que comprometió la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, por mandato divino, ungió un nuevo rey, David. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en legitimación del nuevo líder 'salvador' del pueblo. Esto no bastó. Fue necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo 'el derecho divino', subsistiendo la idea de que el 'líder salvador' tenía que ser designado por un profeta reconocido. Así, la unción de los caudillos pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.
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