¡DIOS, SIENDO DIOS, ESTÁ AL SERVICIO!
En Jesucristo descubrimos esta gran
verdad de Dios. Leemos en el Evangelio de San Juan: "Tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea él no perezca, sino
que tenga vida eterna... No lo envió para Juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él," (Jn 3,16-17). Y Jesús mismo presenta su documento
de identidad: "No he venido a ser servido, sino a servir" (Mc 10,45).
Parece imposible; pero la realidad es esa: Dios, siendo Dios, nos envía lo
mejor que tiene, a su Hijo para salvarnos, restaurarnos, rehacer su imagen y
semejanza pisoteada por el pecado de la humanidad. Es decir, se convierte en nuestro servidor. El salmista es el primero en llenarse
de estupor cuando exclama: "Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna
y las estrellas, que fijaste Tú, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el hijo de Adán para que te cuides de él? Lo hiciste apenas inferior a un dios,
coronándole de gloria, de esplendor: le hiciste señor de las obras de tus
manos. Todo fue puesto por ti bajo sus pies..." (Sal 8,4-7). Ante esta
actitud de Jesucristo, ¿es posible que nuestra soberbia sea de tal magnitud,
que nos quedemos ciegos y QUERAMOS SER
MÁS QUE DIOS buscando apasionadamente ser
servidos y no servir? Para lograr ese fruto de vanidad, orgullo, soberbia,
"patanería", "panudez", engreimiento, etc. empleamos de
todo: la ley del más fuerte, la fuerza bruta, la ley de la selva, la ley del
"más macho", de la
PLATA (Poderoso caballero, don dinero). Más aún llegamos a
manipular lo más sagrado con tal de ¡¡¡SER SERVIDOS!!!
En este contexto, las palabras de
Jesús: "Quién quiera ser el primero, que sea el último"; "quien
sea autoridad, que esté al servicio", suena a "trasnochado", a
ultratumba, a "beodo", a desubicado, a estúpido, en este mundo de "los
vivos".
Hoy en el Evangelio Jesús subraya lo
valiosa, verdadera, sublime de esta actitud en quien ha recibido la
dificilísima misión de ser autoridad, de mandar: ESTAR AL SERVICIO ¡PIÉNSALO, HERMANO!
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