2. Las bienaventuranzas proclamadas por
Jesús (Mt 5, 3-12; Lc 6, 20-23) son
promesas. En la tradición bíblica la bienaventuranza pertenece a un género
literario que comporta una buena noticia, un evangelio que culmina con una
promesa. Por tanto, las bienaventuranzas no son recomendaciones morales, cuya observancia prevé que, a su debido
tiempo (en la otra vida), se obtenga una recompensa, una situación de felicidad
futura. Consisten en el cumplimiento
de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por la verdad, la
justicia y el amor. Quienes se encomiendan
a Dios y a sus promesas son
considerados como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara: No sólo en la otra
vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y
para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están
solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la
justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí
mismo. Cuando uno acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia
gozosa de un don inmenso: compartir Id vida misma de Dios, es decir, la vida de
la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. Jesucristo nos da la verdadera paz que nace
del encuentro confiado del hombre con Dios.
Continuará...
BENEDICTO
XVI: SIN GLORIA A DIOS, NO HAY PAZ
VATICANO,
25 Diciembre 2012 - 7:27 a.m. ACI-EWTN Noticias
Benedicto XVI pidió no sólo pensar en "la gran travesía hacia el Dios vivo,
sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el
Señor vivió, trabajó y sufrió". "Pidamos
en esta hora por quienes hoy viven y sufren allí. Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la
paz del único Dios y en libertad". Pidió
por el Líbano, Siria, Irak y los demás países circundantes de Israel, para que
en ellos se asiente la paz y "que los cristianos en aquellos países donde
ha tenido origen nuestra fe puedan conservar su morada; que cristianos y
musulmanes construyan juntos sus países en la paz de Dios". Cuestionó: "Qué pasaría si María y
José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos?". "La gran
cuestión moral de lo que sucede entre nosotros, a propósito de los prófugos,
los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún:
¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos
tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y
así se comienza porque no tenemos tiempo para Él". Lamentó que "cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más
eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda
disponible".
Continuará...
AL TELÉFONO
- Aló, ¿CON HITA?
- ¡NO!, ¡CON TARZÁN!
Ja, ja,
ja...
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