¡A MI, "NADIE
ME PISA EL PONCHO"!
Creo
que tenemos una marca que nos va a durar toda la vida, personal, comunitaria y
universal... hasta el fin de los siglos. Es
nuestra libertad, esa capacidad de autodeterminación, que da culto a
nuestro YO. Su defecto es el complejo, diría yo, de superioridad. En criollo,
suena a "A mí, nadie mi pisa el poncho", en su doble versión
de "machismo y feminismo". Y no nos corregimos, pues creemos que
haciendo sobresalir nuestro YO absoluto, ganaremos este mundo. Lamentablemente,
eso nunca se dará, pues la amenaza de la muerte siempre nos está acechando;
pero, lo malo está en que no queremos enfrentar y aceptar esta realidad. Y
¿cuál el resultado? La división, la pelea, la guerra, el afán de dominio, de
sometimiento, de la aparición del "señorío" y de la
"esclavitud", del enriquecimiento ilícito y desenfrenado... Desde
Abel y Caín, hasta nuestros días. Pareciera que estamos en una caída sin
freno...
Las
expresiones de Jesús, en el Evangelio de hoy, como que nos están dando la
razón; pero no es así, pues cambian los
objetivos. Él nos dice que ha venido a este mundo para traer la guerra y no
la paz, la división, entre nosotros. La guerra de la que nos habla es contra el
demonio, CAUSA DE LAS GUERRAS DE ESTE
MUNDO. No nos trae la paz de este mundo: "Si quieres la paz, prepárate
para la guerra", SINO LA PAZ DE DIOS, fruto de
la justicia, del derecho, de la misericordia, de la lealtad, de la solidaridad,
del compartir, de la "compasión", de la ayuda, del perdón, de la
paciencia, de la verdadera tolerancia, etc. Esta es la guerra declarada por Jesucristo. A esta lucha nos invita
Jesús, para ganarla e instaurar entre nosotros la semilla del Reino de Dios. Es
una lucha "contra corriente", pero necesaria y esencial. Sólo con Él,
por Él y con Él la podremos realizar.
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