"¡A MÍ,
NADIE ME PISA EL PONCHO"!
Expresión
muy frecuente para indicar una actitud de superioridad, de valentía, de
"no tenerle miedo a nadie", del que está dispuesto a aceptar
cualquier desafío.
Me
contaban que en épocas pasadas, especialmente por los pueblos del interior,
tiempos de un marcado "machismo", el "macho" se paseaba por
la callecita principal arrastrando su poncho con poses de "matón",
desafiando a que le pisaran el poncho. Quien lo hacía, era otro "machote"
dispuesto a destronarlo... y se armaba una "bronca" de padre y señor
mío. Es decir, era la época de las cavernas, la era de la ley de la selva, la
era del más fuerte, etc.
Hoy, las cosas han
cambiado, pero solo de etiqueta, pues el "producto" sigue siendo el
mismo: Nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos de nadie, no mendigamos
consuelos, no añoramos comprensiones, etc. Son las actitudes de los que manejan
el poder. Empezando
por los malos "rnicrobuseros" con su consabido vocabulario, desde
el "jefecito" siguiendo con el Gerente, con el Propietario, con los que
tienen un cargo político, hasta quien tiene la Autoridad... Las
excepciones abundan; lamentablemente, la corriente del autoritarismo,
enriquecida con la creciente "corrupción", deja, a leguas de
distancia, a los primitivos Caciques. En este contexto, nadie quiere pasar por débil, por
"afligido y agobiado", pues "lo puede y se lo sabe todo..."
En el
Evangelio de hoy,
Jesús nos hace pisar tierra: No somos "supermanes", no lo podemos
todo, no todos somos autosuficientes. Por el contrario, nos necesitamos los
unos de los otros para sobrevivir en esta tierra, preparando el Reino futuro de
Dios. Que su
mandamiento del amor: "Llegar hasta dar la vida por el otro",
es posible. Sólo tenemos que escucharle y actuar lo que Él nos dice: "Aprendan de
mí, que soy paciente y humilde de corazón. Así encontrarán alivio. Porque mi
yugo es suave y mi carga liviana".
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