¡NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER!
Estamos en el siglo privilegiado del querer VER Y OIR TODO. En el mundo chico, hemos llegado a ver... hasta el GENOMA HUMANO. En el mundo medio, en segundos, VEMOS Y OIMOS todos los acontecimientos de nuestro entorno, de nuestro país, de nuestro continente, del mundo entero con una velocidad pasmosa. Estamos en peligro de caer en la ¡dependencia y adición psicológica DE QUERER SABER Y OIRLO TODOOOOO! Y en nuestro mundo grande... somos insaciables en zambullirnos en el UNIVERSO para descubrirlo, analizarlo, verlo, y querer escuchar su lenguaje. Empezamos a mandar las SONDAS ESPACIALES.
Pero, surge una contradicción: QUEREMOS SER CIEGOS Y SORDOS, PARA NO VER NI ESCUCHAR NUESTRA CONCIENCIA... Y... la tenemos tan cerca, a portada de mano, en nuestro INTERIOR. Es por eso que no somos libres, nos encontramos esclavos, dependientes de nuestras tendencias, que se vuelven pecado cuando están orientadas al mal. De allí, el refrán tan popular: "NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER", especialmente en el campo moral. Por eso caemos en graves incoherencias: Damos todo por la vida y... la matamos. Ensalzamos el sexo y lo convertimos en medio de ilícito placer. Poetizamos tanto el amor que lo pisoteamos. Ensalzamos tanto al hombre que lo destruimos. Predicamos constantemente la solidaridad que alzamos un altar al egoísmo. Proclamamos por doquier la paz y estamos siempre preparando la guerra. Defendemos tanto la verdad que institucionalizamos la mentira. Damos la vida por la justicia y apostamos por la inmoralidad y la corrupción. Aparentamos la honradez y hacemos del robo, un culto, etc., etc. y etc.
EN EL EVANGELIO DE HOY, al dar la vista al ciego, Jesús nos muestra que lo más importante es la curación de la ceguera del alma expresado en estas palabras: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»... Él le dijo: «Creo, Señor». Y se postró delante de él. Además, Dios no ve las apariencias. Mira el corazón.
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