¡YO, Y EL
OTRO..., NO!
¿Porqué
todos nosotros sentimos ese impulso interior de ser superiores a los demás,
pero no para servirlos, sino para ser servidos? Si recurrimos al Génesis
encontremos la verdadera respuesta: Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a
nuestra imagen y semejanza, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos,
y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que
serpean por la tierra...» Y los bendijo Dios, y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla...».
Les dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre
el faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla: para
vosotros será de alimento... Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los
cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba
verde les doy de alimento». (Gn 1,26-31)... Tomó, pues, Yahvéh Dios, al hombre
y lo dejó en el jardín del Edén, para que LO LABRASE Y CUIDASE... Y el hombre puso nombre
a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del
campo..." (Gn 2,15.20).
SEGÚN
ESTA VISIÓN,
el desarrollo
y las relaciones de la humanidad hubieran sido perfectos y fraternos. Pero
desde el principio NO FUE ASÍ... El primer pecado de origen lo desequilibró todo.
Las
consecuencias, las seguimos arrastrando y las arrastraremos hasta el
final del mundo, pues el diablo está suelto hasta el final: "Esta es
vuestra hora y el poder de las tinieblas" (Lc 22, 3), y Jesús lo confirma
en el Padre nuestro (Mt 6, 9-13): "No nos dejes caer en tentación, más
líbranos del mal".
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