SAN PEDRO Y
SAN PABLO
Pedro y
Pablo: Dos
personas muy diferentes, dos historias muy distintas, dos
«conversiones» que nada se parecen: La de Pedro duró tres años; la
de Pablo, un instante, dos apostolados que empiezan siendo muy
diferentes, pero que a la vez se van pareciendo más, hasta quedar unidos en el
martirio en Roma, bajo Nerón.
Pedro, Simón de Betsaida, bronco y tierno,
fogoso y sencillo es una de las figuras más humanas v más encantadoras del
Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus
hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la personalidad histórica de San Pedro
encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su
cálido humanismo, la simpatía y el amor de las generaciones cristianas.
Vehemente y francote, un poco o mucho presuntuosillo, transparente y casi
infantil en la manifestación de sus espontáneas y más íntimas reacciones
psicológicas, encontramos un alma bella, un gran corazón, una lealtad, una
generosidad, unas calidades humanas tan entrañables y subyugantes que aún hoy,
la fragancia de su recuerdo perdura y atrae la simpatía y la confianza de las generaciones
cristianas.
Pablo, de Tarso, con temperamento de jefe, voluntad
de hierro, constancia inquebrantable, sentido para la iniciativa,
extraordinaria capacidad de trabajo y resistencia, y un carácter de
conquistador. Pero junto a su férrea voluntad, Pablo tenía también un alma de
fina sensibilidad y condescendencia, y un corazón lleno de ternura: "Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por
ser apóstoles de Cristo, nos mostramos ambles con vosotros, como una madre
cuidad con cariño a sus hijos. Tanto os queríamos, que estábamos dispuestos a
daros no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Habéis
llegado a sernos entrañables! (1Tes 2,7s; 2Co 12,15, Gal 4,19, Fil 1,8,
etc.), que se adhería a los hombres y despertaba una fuerte simpatía, que
sentía profundamente la necesidad y el dolor de los demás.
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