LA CRISIS DE LA EDUCACION DERIVA DE LA FALTA DE CONFIANZA EN LA VIDA

Benedicto XVI
La responsabilidad de la educación es, en primer lugar, personal; pero hay también, una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos, y la imagen queda de sí, misma a través de los medios de comunicación, ejercen gran influencia en la formación de las nuevas generaciones para el bien, pero a menudo también para el mal. Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final, somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que elegimos, aunque los papeles y las responsabilidades de cada uno sean diversos. Por tanto, se necesita la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad, llegue a crear un ambiente más favorable a la educación. Sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy corremos el riesgo de convertirnos en hombres "sin esperanza y sin Dios en este mundo" (Ef. 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida. Sólo Dios es la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos soportados.

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