Cuando el pintor, Beato Angélico, te pintaba, permanecía de rodillas casi extasiado delante de ti. En alas del Ángel de la Anunciación desplegaba todo un juego de colores y de luz. Pintando la última cena, te pintó también a ti, en actitud de oración, última después de los Apóstoles. Se podría llamar, la Virgen del Misterio. De aquello que el hombre nunca podrá entender. Los budistas dan al misterio un puesto altísimo en su ascesis. Para ellos, el misterio es siempre inefable, porque es obra de Dios y las obras de Dios no se pueden entender, nos trascienden, nos superan, pero no nos humillan. Este Cristo al que tú has dado la vida física y todo tu afecto, se transforma en pan: la realidad más frágil, más pobre, más humilde. ¿Quién no tiene un pedazo de pan en su casa? Cristo se hace pan de la vida verdadera. Te quedaste llena de estupor y dolorosa aflicción, cuando depositaste a Jesús en el pesebre; Cuál no fue tu fe, tu estupor delante de aquel pan que caído por tierra podía ser pisado. Estupor, no maravilla... porque de aquel Jesús habías aprendido tantas lecciones de humildad tan irresistibles. Aquél que era "todo", se volvía "nada", para que aquél que era hombre pudiera volverse "todo". Era la lógica del Evangelio, que no es otra cosa que lógica de amor, para manifestarse así para el hambre del hombre. Y como siempre, habrás adorado en silencio y agradecido con tu espíritu que ya en el "Magníficat" había anunciado “cosas grandes”.
P. Leontiev
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