Lima, 20-07-2008 / Año 104 - Nº 5414



EL MAGNIFICAT DE MARIA
Benedicto XVI
Cuando María llega a la casa de Isabel, tiene lugar un hecho cuya belleza y profundidad ningún pintor podrá representar jamás perfectamente. Las palabras de Isabel encienden en el espíritu de María un cántico de alabanza, que es una auténtica y profunda lectura "teológica" de la historia: una lectura que debemos aprender siempre de Aquella cuya fe no tiene sombras ni resquebrajaduras: "Proclama mi alma la grandeza del Señor". María reconoce la grandeza de Dios; este es el sentimiento de fe primero e indispensable, el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libra del miedo, aun en medio de las tormentas de la historia. Al ir más allá de las apariencias, María "ve" con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia. Por eso es bienaventurada, porque creyó; en efecto, por la fe acogió la Palabra del Señor y concibió al Verbo encarnado.
COMO ENFRENTAR OTRO DIA
Pablo Casals, violoncelista famoso, decía:”Durante los pasados 80 años he comenzado cada día de la misma forma... Voy al piano y toco dos preludios y fugas de Bach. Es una bendición sobre la casa. Pero ese no es el único significado par mí. Es un nuevo descubrimiento del mundo del cual tengo el gozo de formar parte". Si así es como empieza el día un músico dedicado, nosotros los cristianos, por medio de la gracia capacitadora del Espíritu Santo, podemos dedicar cada nuevo día a nuestro Señor.
Estemos donde estemos podemos decidir todos los días dedicar las horas que tenemos por delante a la alabanza de Dios. "Este es el día que el Señor ha hecho; regocijémonos y alegrémonos en él" (Salmo 118, 24)
SE ALEGRE
Sé una sonrisa de bondad y de amor. Sé un rayito de sol que brille entre las sombras de todas las almas. No seas egoísta. No quieras pasar por el mundo sin hacer nada por los que están a tu alrededor. Haz fecunda tu existencia con la alegría. Y es que la verdadera alegría: se gesta en la buena conciencia; es consecuencia de la entrega generosa a los demás; suele anidar en el interior de las personas desprendidas y buenas; nace del contacto con Dios y de la contemplación de Cristo resucitado.

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