Lima, 15-02-2009 / Año 105 - Nº 5444

MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
Con ocasión de la memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes (extracto)
La unión espiritual con Lourdes nos trae además a la mente la maternal solicitud de la Madre de Jesús por los hermanos de su Hijo "aún peregrinos y puestos en medio de peligros y afanes, hasta que no seamos conducidos a la patria bendita". Este año nuestra atención se dirige particularmente a los niños, las criaturas más débiles e indefensas y, entre estos, a los niños enfermos y sufrientes. A ejemplo del "Buen Samaritano" es necesario que se incline hacia las personas tan duramente probadas y les ofrezca el apoyo de una solidaridad concreta. La dedicación cotidiana y el compromiso sin descanso al servicio de los niños enfermos constituyen un elocuente testimonio de amor por la vida humana, en particular por la vida de quien es débil y en todo y por todo dependiente de los demás. Es necesario afirmar con vigor la absoluta y suprema dignidad de toda vida humana. No cambia, con el transcurso del tiempo, la enseñanza que la Iglesia proclama incesantemente: la vida humana es bella y debe vivirse en plenitud también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento. Es a Jesús crucificado a quien debemos dirigir nuestra mirada: muriendo en la cruz Él ha querido compartir el dolor de toda la humanidad. Siempre, pero aún más cuando está en juego la vida de los niños, la Iglesia, por su parte, está dispuesta a ofrecer su cordial colaboración en el intento de transformar toda la civilización humana en "civilización del amor". Un saludo muy especial para ustedes, queridos niños enfermos y sufrientes: el Papa les abraza con afecto paterno junto con sus padres y familiares, y les asegura un especial recuerdo en la oración.
CELEBRAR LA VIDA, CONTEMPLAR LA VIDA
Celebrar la vida sugiere e impulsa a cultivar una mirada contemplativa: ante la naturaleza, el mundo, la creación, la vida, para los que muchas veces tenemos actitudes utilitaristas o consumistas; ante las personas, con las que con frecuencia mantenemos relaciones superficiales o funcionales; ante la sociedad y la historia, que tantas veces consideramos sólo según nuestros intereses. Es preciso superar nuestros comportamientos egoístas para lograr una actitud contemplativa, que comporta una mirada en profundidad para captar y admirar la belleza y la grandeza del mundo, de las personas, de la historia. Hay que aprender a acoger, respetar y amar las cosas, las personas, la vida en todas sus formas. Es preciso saber gozar del silencio, aprender la escucha paciente, la admiración y la sorpresa frente a lo imprevisto y a lo inimaginable. Hay que saber hacer espacio al otro, para poder establecer con él una nueva relación de intimidad y de confianza.
LA ALEGRIA Y FILANTROPIA DE DIOS
Lo que más alegra a Dios es que nos amemos. Dios es amor, y el Amor se alegra amando, y se alegra en cada acto, en cada gesto de amor. Y como el Amor es expansivo y contagioso, nos ha dado a nosotros la capacidad de amar, y se alegra en todo gesto de amor. Dondequiera que haya amor, allí hay alegría de Dios. Y el amor de Dios está hecho de comunión: Tres en Uno: "Todo lo mío es tuyo". Pero Jesús quiere que esta comunión se extienda a nosotros: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros... Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno... para que el Amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos". (Jn 17, 21.23-24.26) Realmente el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y lo que más nos identifica con Dios es, precisamente, el dinamismo de comunión que encontramos en nuestro corazón.

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