Lima, 22-02-2009 / Año 105 - Nº 5445

CONFERENCIA DEL SECRETARIO DEL PAPA, CARDENAL BERTONE
Con ocasión del 60º Aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, debe considerarse un momento de importancia fundamental en la maduración de la conciencia moral de la humanidad, en consonancia con la dignidad de la persona. La Iglesia ha tomado muy en serio la cuestión de los derechos humanos. Los Derechos Humanos nacen de la cultura europea occidental, de indudable matriz cristiana. No es casualidad. El cristianismo heredó del judaísmo la convicción, plasmada en la primera página de la Biblia, de que el ser humano es imagen de Dios. Por esta significación profunda y por su radicación en el ser humano, los derechos humanos son anteriores y superiores a todos los derechos positivos. De aquí que el poder público quede sometido, a su vez, al orden moral, en el cual se insertan los derechos del hombre. Cuando el Magisterio de la Iglesia habla de los derechos humanos no se olvida de fundarlos en Dios, fuente y garantía de todos los derechos, ni tampoco se olvida de enraizarlos en la ley natural. La fuente de los derechos no es nunca un consenso humano, por notable que sea. La sociedad tiene necesidad de reglas acordes con la naturaleza humana, pero también tiene necesidad de relaciones fraternas. En nuestros días, hay un proceso continuo y radical de redefinir los derechos humanos individuales en temas muy sensibles y esenciales, como la familia, los derechos del niño y de la mujer, etc. Ninguna minoría ni mayoría política puede cambiar los derechos de quienes son más vulnerables en nuestra sociedad o los derechos humanos inherentes a toda persona humana.
¿QUE ENTENDEMOS POR EL SENTIDO DE LA VIDA?
Preguntar por el sentido de la vida es preguntar por la dirección y el significado de nuestra existencia. ¿Tiene la vida humana un significado? ¿Cuál es? ¿Cómo conocerlo? ¿A dónde vamos? ¿Qué sentido tiene el dolor, el sufrimiento, la muerte? La pregunta por el sentido de la vida se puede resumir así: ¿Vale la pena o no vale la pena vivir?... A cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente él puede responder a la vida respondiendo por su propia vida. Tener sentido equivale a tener finalidad, y a saber el por qué y el para qué de nuestra existencia. Para los discípulos y misioneros de Cristo, Él mismo, sí, Cristo, es nuestra vida, nuestra respuesta, nuestro sentido.
DIOS SE SIGUE ALEGRANDO
Se alegra Dios con los hombres pobres y humildes, que ponen su riqueza en Dios y en el compartir. Se alegra Dios con los hombres compasivos, capaces de llorar con los que lloran y de alegrarse con los que gozan. Se alegra Dios con los hombres insatisfechos, atraídos por el misterio, con hambre y sed de justicia, con hambre y sed de Dios. Se alegra Dios con los hombres de paz, que construyen puentes antes que muros; que siembran concordia y reconciliación, que se hacen mediadores de sus hermanos. Dios se alegra siempre con los hombres pacientes, con los que se toman la vida en serio pero con serenidad. Dios nos ha amado desde siempre, tales como somos con nuestro nombre y nuestro rostro

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