Lima, 12-04-2009 / Año 105 - Nº 5452

SECUENCIA
Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.
« ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? »
« A mí Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea, allí el Señor aguarda, allí verán los suyos la gloria de la Pascua »
Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no mando. Rey vencedor, apiádate de la miseria humano y da a tus fieles parte en tu victoria santo.
UN POCO DE HISTORIA
Cuenta el Padre Riccardi, enviado por el Rector Mayor, Don Rua, como primer director de la Primera comunidad salesiana en el Perú. Pensemos en las dificultades que tuvieron en esos viajes de aquellos tiempos: Un viaje de Europa al Perú duraba meses y no se conocía todavía el avión...
"En cuanto a mí, sólo puedo decirle que he partido de la siempre querida Misión de la Patagonia, donde dejé -no sin dolor- al amadísimo Monseñor Cagliero, con el cual he vivido y trabajado por 11 años. He atravesado 80 leguas de Pampa y, hecha una breve parada en nuestra Casa de Bahía Blanca, después de cinco días llegué a Buenos Aires.
La mañana del Domingo 27 de Setiembre, entrábamos majestuosamente en el grandísimo y hermosísimo puerto del Callao, donde echábamos las anclas a las 8 hrs. a.m. A las 9 vino a bordo el activo escritor y tipógrafo católico de Lima, Dr. Primitivo Sanmarti, Cooperador Salesiano, para recibirme y, dejando el barco, vine con él a esta hermosísima y católica ciudad de Santa Rosa, en la que bajé a las 10 a.m."
LA ALEGRIA DE LA RESURRECCION DE CRISTO
En la solemne Vigilia pascual volverá a resonar, después de los días de Cuaresma, el canto del Aleluya, palabra hebrea universalmente conocida, que significa «alabad al Señor». Durante los días del tiempo pascual esta invitación a la alabanza se propagará de boca en boca, de corazón en corazón.
Resuena a partir de un acontecimiento absolutamente nuevo: la muerte y resurrección de Cristo. Casi nos parece oír sus voces: la de María Magdalena, la primera que vio al Señor resucitado en el jardín cercano al Calvario; las voces de las mujeres, que se encontraron con él mientras corrían, asustadas y felices, a dar a los discípulos el anuncio del sepulcro vacío; las voces de los dos discípulos que con rostros tristes se habían encaminado a Emaús y por la tarde volvieron a Jerusalén llenos de alegría por haber escuchado su palabra y haberlo reconocido «en la fracción del pan»; las voces de los once Apóstoles, que aquella misma tarde lo vieron presentarse en medio de ellos en el Cenáculo, mostrarles las heridas de los clavos y de la lanza y decirles: «¡La paz con vosotros!». Esta experiencia ha grabado para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia, y también en nuestro corazón. De esa misma experiencia deriva también la oración que se rezará todos los días del tiempo pascual en lugar del Ángelus: el Regina Caeli. Esta oración es breve y tiene la forma directa de un anuncio: es como una nueva «anunciación» a María, que esta vez no hace un ángel, sino los cristianos, que invitamos a la Madre a alegrarse porque su Hijo, a quien llevó en su seno, resucitó como lo había prometido.
En efecto, «alégrate» fue la primera palabra que el mensajero celestial dirigió a la Virgen en Nazaret. Y el sentido era este: Alégrate, María, porque el Hijo de Dios está a punto de hacerse hombre en ti. Ahora, después del drama de la Pasión, resuena una nueva invitación a la alegría: «Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya».
Decimos a María: «Ruega al Señor por nosotros», para que Aquel que en la resurrección de su Hijo devolvió la alegría al mundo entero, nos conceda gozar de esa alegría ahora y siempre, en nuestra vida actual y en la vida sin fin.
Benedicto XVI

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