Juan 6, 51- 58
1. La expresión "cuerpo y sangre de Cristo" se refiere a la eucaristía, que es el sacramento del cuerpo y sangre del Señor, presente realmente bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Pero “cuerpo de Cristo" es también la Iglesia, es decir la congregación de fieles que creen en Jesucristo. El sacramento del cuerpo del Señor, la eucaristía, se relaciona, pues, directamente con la comunidad que lo celebra.
2. Al instituir la eucaristía Jesús cumplió la promesa de darnos su cuerpo en alimento y su sangre en bebida. Así lo anunció él en el discurso eucarístico sobre el pan de vida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida".
3. La eucaristía es también signo de la unidad de la Iglesia. El pan eucarístico es el alimento, el nuevo maná del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que camina por el desierto de la vida en marcha siempre hacia la patria esperada del cielo. Así lo prefiguraba ya el maná del pueblo peregrino del antiguo testamento. Además el pan que compartimos en la mesa del Señor nos une a todos los cristianos en el cuerpo. Cristo, afirma san Pablo: El pan es uno; y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. (cf. 1Co 10,16-17).
4. Por tanto, el cuerpo eucarístico de Jesús dice relación directa a la asamblea eclesial, que es el cuerpo místico de Cristo. De ahí que la eucaristía, para ser auténtico memorial del Señor, es decir, del misterio profundo de amor que es la pasión, muerte y resurrección de Jesús, está pidiendo la unión, el amor fraterno y la completa unidad del grupo que celebra con fe la cena del Señor. A veces damos la impresión de que hemos venido a cumplir una obligación, y no a expresar una necesidad de nuestra condición de pueblo de Dios que se congrega, a la invitación de su palabra, para celebrar y manifestar su fe, dar gracias al Señor, alabar su gloria, partir el pan juntos y vivir el amor fraternal que debe unirnos como hermanos y amigos que se encuentran, se saludan, se comunican y están a gusto en compañía sin aburrimiento y sin prisas del reloj.