¡LA RESPONSABILIDAD NO NACE, SE HACE!
Me atrevería a afirmar que la persona MADURA Y CRECE en la medida de su responsabilidad en el desarrollo de su vida. Pienso, además, que el peor obstáculo para madurar en esta responsabilidad es el ENGREIMIENTO. Y, hoy por hoy, esta realidad se va manifestando de diversas maneras y con síntomas evidentes. La cosa se agrava, pues, para el engreimiento no hay edad. Aunque éste, es propio de los niños, sin embargo, puede acompañar toda la vida de una persona. He aquí algunos síntomas: el capricho, pretender ser servido y que todo se lo hagan, el pedir constantemente y con apasionamiento, ser exigente y NO DAR NADA en respuesta. No querer comprometerse, no asumir compromisos, no saber sacar "la cara". Ser terco. Todo ello desemboca en una constante flojera. Lamentablemente, los padres y educadores tienen un alto porcentaje de culpa, ya que, "para quedar bien", para "no crearse problemas", no los corrigen a tiempo, olvidándose del refrán: "quien siembra vientos cosecha tempestades". Y es justamente lo que hoy estamos cosechando: GENTE INMADURA. Lo trágico será cuando falten los padres o quienes los han engreído. ¿Qué será de sus vidas, si no saben hacer nada? ¿Quién lo acogerá? Y si llegan a la ancianidad, a la enfermedad, y a la muerte... ¿Quién se hará cargo de ellos?
¡Qué bien nos ilumina el Evangelio de hoy! Tenemos que estar "vigilantes", ser responsables de nuestras vidas y de la vida de los demás, especialmente si queremos formar un hogar. Es necesario reaccionar ante esta situación para mirar la vida con optimismo, entusiasmo y ganas de poner un granito de arena en la construcción de este mundo. ¡PIENSALO, HERMANO!
Me atrevería a afirmar que la persona MADURA Y CRECE en la medida de su responsabilidad en el desarrollo de su vida. Pienso, además, que el peor obstáculo para madurar en esta responsabilidad es el ENGREIMIENTO. Y, hoy por hoy, esta realidad se va manifestando de diversas maneras y con síntomas evidentes. La cosa se agrava, pues, para el engreimiento no hay edad. Aunque éste, es propio de los niños, sin embargo, puede acompañar toda la vida de una persona. He aquí algunos síntomas: el capricho, pretender ser servido y que todo se lo hagan, el pedir constantemente y con apasionamiento, ser exigente y NO DAR NADA en respuesta. No querer comprometerse, no asumir compromisos, no saber sacar "la cara". Ser terco. Todo ello desemboca en una constante flojera. Lamentablemente, los padres y educadores tienen un alto porcentaje de culpa, ya que, "para quedar bien", para "no crearse problemas", no los corrigen a tiempo, olvidándose del refrán: "quien siembra vientos cosecha tempestades". Y es justamente lo que hoy estamos cosechando: GENTE INMADURA. Lo trágico será cuando falten los padres o quienes los han engreído. ¿Qué será de sus vidas, si no saben hacer nada? ¿Quién lo acogerá? Y si llegan a la ancianidad, a la enfermedad, y a la muerte... ¿Quién se hará cargo de ellos?
¡Qué bien nos ilumina el Evangelio de hoy! Tenemos que estar "vigilantes", ser responsables de nuestras vidas y de la vida de los demás, especialmente si queremos formar un hogar. Es necesario reaccionar ante esta situación para mirar la vida con optimismo, entusiasmo y ganas de poner un granito de arena en la construcción de este mundo. ¡PIENSALO, HERMANO!